LA ESPERANZA

|

|

,

Introducción

Escribir sobre la esperanza puede parecer como pretender vender humo, como si se tratara de alguna suerte de engaño.

Si tus pensamientos están situados en ese punto, deseo que la lectura de estas páginas pueda ayudarte a reflexionar y a verlo desde otro punto de vista.

Debo advertirte que no pretendo desarrollar el sentido religioso-espiritual de la esperanza. Esa “esperanza”, está muy ligada a la fe: Confiar en algo, aunque no lo veamos.

No lo desdeño, pero no soy quién para hablar de él. En mi opinión pertenece al ámbito privado, por otro lado, tremendamente respetable.

Como psicólogo pretendo desarrollar el concepto desde mis dominios profesionales. Entendida con este matiz, tener esperanza no se trata de tener la certeza de que ocurrirá, sino la confianza en que puede ocurrir.

En mi opinión, la diferencia puede parecer sutil, pero es tremendamente importante: No es lo mismo «CERTEZA» que «CONFIANZA» ni «OCURRIRÁ» que «PUEDE OCURRIR».

En este sentido, está relacionada con objetivos y metas. Como veremos, la esperanza es el motor que nos ayuda a seguir comprometidos con la tarea, a no darnos por vencido.

¿Me acompañas?

¿Qué es la esperanza?

Entre las definiciones que he encontrado en mi biblioteca, quisiera recoger la publicada en 2011 en la web posititivamente.com.mx

En ella se define como «un conjunto de ideas y creencias que nos ayudan a encontrar caminos para alcanzar nuestras metas y nos dan confianza en que tenemos la capacidad para lograrlas».
He elegido esta porque contempla muchos de los aspectos en los que coincido a este respecto:

  • Pertenece al ámbito de las ideas, de lo psicológico (no de los hechos objetivos).
  • Es un potente motor para realizar acciones que tienen como meta lograr los objetivos de nuestra elección.
  • Genera un sentimiento de empoderamiento respecto a lograrlos.

Lo que no es la esperanza

En el caso de la esperanza es fundamental ajustar adecuadamente el concepto ya que ser certero en su definición puede suponer la diferencia entre que sea lago que ayude a la persona o que se convierta en un lastre para la consecución de objetivos. Y, como intentaré explicar, la línea es muy fina.

Con cierta frecuencia (al menos en algún momento del proceso), cuando alguien padece una enfermedad crónica, secretamente tiene la esperanza de que todos los esfuerzos que está realizando, todos los tratamientos que está tomando, todo el compromiso que está poniendo en juego, tengan como consecuencia su curación.

Sin embargo, la realidad le devuelve que, por mucho que se comprometa, por mucho que se esfuerce, por muchos sacrificios que haga, no supondrán la curación ya que el fin último de todas esas acciones es la de evitar el desarrollo de complicaciones, frenar la evolución… pero en ningún caso la curación, ¡por mucha esperanza que se tenga!

Es entonces cuando se corre el peligro de que la desesperanza o la desesperación se hagan fuertes. De ello hablaré un poco más adelante.

De momento transmitir que tener esperanza de una forma obsesiva y/o irracional, puede perjudicar más que ayudar. Es especial cuando el resultado no depende de uno mismo.

¿Por qué hay que alimentar la esperanza?

Desde el ámbito de la psicología se han estudiado los beneficios que aporta a la persona el tener esperanza.

Veamos algunos de ellos:

  • Cuando una persona mantiene la esperanza, se le presenta como posible de alcanzar aquello que se desea.
  • Proporciona la motivación y la fuerza necesaria para perseverar a pesar de las dificultades y los obstáculos. La confianza en uno mismo, en sus capacidades y en sus habilidades.
  • Facilita el que los pensamientos se enfoquen hacia la consecución de una meta y se ponga atención en las oportunidades que nos acercan a ellas.
  • Ese mismo fenómeno provoca que se ideen caminos y alternativas que encarrilen las conductas hacia dicho objetivo.

Lo que se va descubriendo

La corriente de la Psicología Positiva se ha preocupado de desarrollar el concepto de esperanza, así como de estudiar los beneficios que ésta aporta a la persona.

Por ejemplo, Charles Snyder sugirió que, en cualquier etapa escolar, incluso entre universitarios, aquellos que tienen mayores niveles de esperanza tienen un mejor desempeño de las tareas. De hecho, se comprobó que, independientemente de las capacidades intelectuales de que dispusieran, los estudiantes universitarios más esperanzados, tenían más probabilidades de finalizar la carrera.

También la esperanza se ha correlacionado con mejores logros deportivos.

En lo que nos atañe al efecto de la esperanza en las enfermedades, se ha descubierto que la esperanza tiene una influencia muy positiva sobre la salud física y mental. Las personas con mayores niveles de esperanza están más comprometidas con el tratamiento de su patología y tienen más capacidad de tolerar el dolor.

Pero, independientemente de ello (o quizás en la propia base) está el descubrimiento de que los que mantienen viva la esperanza se sienten mejor consigo mismos y más empoderados, tanto para diseñar metas como para hacer lo posible por alcanzarlas. En definitiva, confía más en sí mismo y su autoestima es más elevada.

La esperanza en la curación de la diabetes

En este apartado pretendo exponer mis propias conclusiones sobre si conviene o no tener esperanza en la curación de la diabetes.

A este respecto me declaro radicalmente a favor de tener esperanza. Pero, eso sí, siempre que se ajuste a este concepto de esperanza que he expuesto y no a “perseguir una quimera”.

Por ello quisiera explicarte mi posición y tomarla con el alto grado de subjetividad que eso conlleva.

La esperanza en la curación de la diabetes es como la luz tenue de un faro muy lejano que me orienta en la oscuridad. Sin él mi barco iría a la deriva porque no tendría rumbo.

A ver si con un ejemplo me explico mejor: Imagínate que creo firmemente que la diabetes es “para siempre”, que jamás me voy a curar. En ese caso, la actitud con la que afronto los autocuidados que me exige no será muy adecuada. La motivación para realizar todas las “tareas diabéticas” será mucho menor con lo que, el riesgo de caer en el “¡total para qué!” es muy elevado.

Sin embargo, si tengo esperanza en la curación, es muy probable que afronte las tareas “diabéticas” de una forma más positiva, con más energía. Podré decirme cosas como: “Quizás algún día estos trabajos ya no tenga que realizarlos”; “cuanto más me cuide, en mejores condiciones llegaré cuando aparezca la curación”, etc.

Pero a la vez, soy consciente de que las investigaciones avanzan muy lentamente por lo que percibo ese faro como muy lejano, al menos de momento.

No sé cuándo llegará, pero por mi parte, aunque sea para controlar mejor mi diabetes, tengo la esperanza de que algún día nos llegará la noticia de la curación. Por ello no puedo abandonarme como si no hubiera futuro. Al contrario, voy a comprometerme con mi autocuidado.

La escala de la esperanza

El ya mencionado Snyder desarrolló una escala para medir la esperanza que tiene una persona. Te la adjunto, no para que la valores como un oráculo, sino que lo hago con la esperanza de que te sirva de reflexión.

Información de puntuación

Puntuación de la subescala de CAMINOS: Sume las preguntas 1, 4, 6 y 8.

La puntuación en esta subescala puede variar de 4 a 32, con puntajes más altos indican niveles más altos de vías de pensamiento. Es decir, para hallar alternativas a los obstáculos y obtener las metas deseadas.

Puntuación de la subescala de la AGENCIA: Sume las preguntas 2, 9, 10 y 12.

Las puntuaciones en esta subescala pueden variar de 4 a 32, con puntuaciones más altas indican niveles más altos de agencia de pensamiento.

Puntuación total de ESPERANZA: Sume las preguntas de CAMINOS y las subescalas de la Agencia.

Las puntuaciones pueden variar de 8 a 64, con puntajes más altos representan niveles de esperanza más altos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *