
Estimado Miguel:
Fuiste muy amable ayudándome cuando estuve de visita en tu ciudad y quería agradecértelo. Siempre resulta más cómodo y facilitador si alguien te echa una mano. Y tú estuviste muy solícito.
Quizás fuera por ese detalle el que me sorprendieran los cometarios que lanzaste sobre cómo tu esposa se empeñaba en inmiscuirse en tu “vida diabética” a pesar de tu insistencia en mostrarle que la diabetes es una parcela exclusivamente tuya.
No me cabe ninguna duda de que estás capacitado para gestionarla adecuadamente y mantenerla bajo control dentro de unos límites razonables. Ciertamente te cuidas y te preocupas de ella.
Lo que me sorprendió fue el empeño en no dejarte ayudar. En considerar la patología como un coto privado, una tarea de tu exclusiva competencia. El celo con el que defiendes ese reducto me importuna y no lo acabo de entender.
Fue un tanto violento presenciar tu reacción desmesurada ante la pregunta de Pilar interesándose por el resultado de la glucemia en el restaurante donde fuimos a cenar. La expresión de tu esposa reflejaba, como poco, impotencia y frustración. Fue como si le hubieras dado un portazo en las propias narices; como si hubieras trazado una línea que no debería rebasar; un “no sigas adelante o tendrás que vértelas conmigo”; un cartel de “Cuidado con el perro. Propiedad privada”. Todo muy amenazador a pesar de que la pregunta me pareció francamente inocente.
Tu diabetes es tuya. Tú eres el capitán de ese barco. Eso lo entiendo pero, ¿no es más fácil gobernarlo con ayuda? Sobre todo cuando es la persona que te quiere y que comparte su vida contigo quien te la ofrece.
Te lo explico con un ejemplo. En mi organización familiar el hacer la compra en el hipermercado es una tarea que me corresponde. Por supuesto que soy capaz de realizarla sin problemas yo solo. Pero cuando mi mujer se ofrece a acompañarme se lo agradezco de corazón ya que, para mí, es mucho más llevadero compartir la carga y mucho menos aburrido realizar la tarea.
De la misma manera, el poder contar con alguien para que colabore contigo tiene, sin duda, más beneficios que perjuicios:
Por de pronto es mucho más cómodo sobrellevar cualquier carga cuando se comparte. Máxime cuando la otra persona lo está deseando. Si a ti te alivia y ella lo quiere, ¿no te parece una tontería empecinarte en ser el exclusivo porteador?
Alguno objetaría que ese gesto supondría una forma de dejar la puerta abierta a la invasión de la intimidad a la que se tiene derecho. Reconozco el riesgo. También hay quien argumentaría que es una vía para permitir que otro tome el control de la propia vida. Cierto. Probablemente otros razonen que eso es permitir que alguien les fiscalice. De acuerdo. En todo caso, en la prevención de esas derivas inadecuadas puede que no debas incluir cerrar la puerta, amputar la posibilidad de ayuda, sino de establecer las condiciones en las que se pueda pasar el umbral de tu intimidad. Eso sí te compete. En eso si debes emplear un exquisito celo.
Por otro lado “invasión”, “control”, “fiscalización” son palabras feas que denotan amenaza. Dichas en este contexto llevan implícito un deseo de hacer daño.
¿Realmente ves en Pilar esa intención? Recuerda que estamos hablando de tu esposa y no del enemigo. Se trata de la misma persona con la que decidiste compartir tu vida. Hace un tiempo leí en algún lugar una idea de la que me apropié. Consistía en un juego con la palabra COMPARTIR. Ésta se transformaba en “Partir – con”. Esa idea de recorrer un camino, sea el que sea, en compañía se me antoja lleno de ventajas y, por supuesto, mucho más enriquecedor e infinitamente más divertido.
Sin duda, tener otra visión distinta a la nuestra, aporta profundidad y ayuda en la toma de decisiones. Hasta los mayores dictadores tienen un consejo asesor. Sin mencionar el hecho de que, en la vida de pareja, es una sana costumbre contar con la persona con quien la compartes.
Puede que seas de los que piensa que tu esposa se ha convertido en una extensión de tu doctor, su espía en el ámbito familiar. Lo he visto otras veces. Sin embargo, analizado con un poco más de profundidad y sin dejarse engañar por el aspecto externo se constata que el motor de esa actitud suele ser la preocupación por la salud del ser querido y, probablemente la frustración al comprobar que no se deja ayudar o de no saber cómo hacerlo mejor. En todo caso, declinar el ofrecimiento de la ayuda sin ensayar otras alternativas me parece un desperdicio, una forma de dilapidar las riquezas.
¿No es mucho más sensato indicarle cómo puede hacerlo? ¿A caso no es más cabal mostrarle qué esperas de ella en lugar de impedirle el paso?
Todo eso sin mencionar lo solo que te deja con tu diabetes esa postura: nadie con quién compartir, nadie en quién delegar, nadie con quién contar.
Releyendo lo escrito me doy cuenta de la dureza de mis palabras. ¡Y eso que sólo quería agradecerte tu ayuda! Créeme que lo que me mueve es la pesadumbre que me provoca comprobar, no sólo lo que malgastas con esa actitud sino también el riesgo que corres de que tu relación con Pilar se deteriore en otros ámbitos.
Así pues, realizando el inventario a mí me sale el siguiente resultado:
Haciéndolo como te sugiero ganas: apoyo, confianza, comodidad, complicidad y otro punto de vista. De la forma en que te conduces en la actualidad: soledad, confrontación, alejamiento, necesidad de más esfuerzo.
¡Qué grande es la diferencia y qué pequeño es el salto que hay que ejercitar entre uno y otro!
El cambio es posible: “Cariño, te agradezco tu preocupación por mí y tu deseo de ayudarme. ¿Qué te parece si hacemos un trato? Yo me comprometo a pedir tu ayuda sin restricciones y tú a dármela sólo cuando yo te la pida y en lo que te pida”… O algo así.
Te garantizo que tener una aliada para manejar bien la diabetes es mucho más cómodo.
Ah! Se me olvidaba. ¿Qué día le vas a invitar a cenar para agradecérselo?
Un abrazo
