
Querida Elisa,
El otro día te vi bastante seria y abrumada. Estuviste quejándote constantemente de cómo te van las cosas con la diabetes. Es como si te pesara muchísimo y te costara caminar por la vida con ella a cuestas. Como si la tuvieras mucho más presente de lo que acostumbrabas.
Cuando te lo comenté me diste la razón. Me dijiste que te habías cansado de ella, que no te dejaba disfrutar como antes y que ya estabas harta. Lo dijiste con amargura.
Es cierto. El jueves pasado fue la segunda vez que has fallado en 5 años a la cena que tenemos la cuadrilla. La otra estaba muy justificada por lo de la operación de tu padre. Me alarmé. Pensé que te había pasado algo ya que, si esa cena es sagrada para alguien, esa eres tú. Por eso tu respuesta cuando te llamé me dejo sin palabras: “¿Para qué? Tengo que llevarme el medidor, la insulina, el azúcar, controlar lo que como y lo que bebo. Y encima al día siguiente tengo dolor de cabeza… ¡No me compensa!”.
Es como si la diabetes se hubiese deslizado hasta en mismo centro de tu vida, como si fuese el lugar al que se van tus ojos irremediablemente cuando buscas la razón por la cual ya no sonríes. Y no es un enemigo pequeño ya que, si uno busca, seguro que al final siempre encuentra en la diabetes la causa de cualquiera de sus desgracias. No hay más que esforzarse un poco y pensar: “si no tuviera diabetes podría…”. Entonces, seguro que podemos culparla de todo lo malo que nos pase, de todas nuestras Esttristezas y nuestros agobios.
Sin embargo, nada es bueno ni malo, sólo el pensarlo de una manera, ponerle un vestido concreto, hace que se convierta en lo que percibes. Piensa, ¿si todos tenemos la misma diabetes, ¿qué es lo que provoca que para unos suponga una losa en su vida, para otros una pesada mochila y para otros, los más afortunados, una china en el zapato?
Probablemente me dirás que éstos últimos viven ignorantes de su desgracia, que no quieren ser conscientes de lo que hay. O quizás se te ocurra argumentar que no tienen la diabetes inestable que tú padeces y que así cualquiera puede llevarla bien.
En esa trampa no pienso caer. Reconócelo, tú misma en otras ocasiones la has visto mucho más “china en el zapato” que “losa aplastante” y sin embargo tu diabetes sí era la misma en ambos casos.
He de confesar que varias veces he caído en la otra. En esa de que, el que no es consciente de su diabetes, difícilmente puede tener unos buenos resultados y eso es arrojar piedras contra el propio tejado de la salud y al final salen goteras en forma de retinopatía o neuropatía o ¡vete a saber qué!
Pero ya he descubierto el engaño: Una cosa es vigilar la diabetes para mantenerla a raya y otra es dejar que esa tarea ocupe toda tu existencia impregnándola de desagrado y frustración.
Cierto es que hay que estar atento a todo lo que puede afectarnos, pero no es lo mismo pensar, por ejemplo: “tengo que mirarme la glucosa” que “¡otra vez tengo que mirar el maldito sensor y así 20 veces al día, 7300 veces al año lo que, en 12 años hacen un total de… 87600 interrupciones de lo que estaba haciendo para mirar el aparato y ¿total para qué si ni siquiera así la controlo como me gustaría?”
Pero cuando pregunto a los que, aparentemente no sufren tanto, me dicen que los que muestran la actitud que tú tienes ahora, llevan demasiado tiempo de duelo por la salud perdida. Uno puede lamentarse durante un tiempo razonable, pero al final, hay que aliviarse el luto como diría mi abuela paterna y continuar en la brecha.
También me dicen que prefieren disfrutar del resto de cosas de sus vidas sin estar lamentándose continuamente por las restricciones que les supone torear con una enfermedad crónica. Que bastante tienen con la mala pata de soportar la diabetes como para dejar que ésta les amargue la existencia… Ahora que lo pienso, eso mismo me has llegado a comentar tú en alguna ocasión en las que no estabas en horas bajas.
Además, te puedo asegurar que vivir la diabetes como una losa no garantiza que la vayas a tener mejor controlada que quienes la sienten como un incordio.
Entiendo que a veces nos resulta difícil vivir con ella y no odiarla. A mi también me ocurre. Desde luego, quererla, no la quiere nadie, pero ¿qué tal si aprendemos a soportarla para que nos deje vivir en paz?
Podemos hacer una cosa: esta tarde quedamos en la asociación y nos dedicamos durante una hora a echar pestes sobre la diabetes y a patalear, incluso podemos insultarla si te place, pero luego nos vamos juntos a tomar unas cañas con los que haya por allí, ¿vale?