Los «yademases»

Hola Marisa,

Ahora que las obligaciones me han dado un respiro, me he sentado a escribirte porque quiero decirte que me encuentro mejor, con más ánimos. Que hoy la diabetes no se me hace tan cuesta arriba como cuando hablamos la semana pasada. Que las zancadillas que me pone en mi rutina diaria no son tan insalvables como aquella tarde.

Le he dado una y mil vueltas al porqué lo mismo, unos días me resulta una verdadera catástrofe y otros me lo tomo como un incordio más o menos impertinente.

Quizás una de las claves esté en eso: “CÓMO ME LO TOMO”. Con mucha frecuencia recuerdo a mi abuela recitando los versos de Ramón de Campoamor:

En este mundo traidor,
nada es verdad, ni mentira,
Todo es según el color
del cristal con que se mira.

Y el otro día, sin duda alguna, llevaba las oscuras gafas del “yademás”.

Cuando, por desgracia me las pongo, un monstruo desagradable y francamente feo, crece en mi interior, ensombreciendo mi vida y haciendo que sienta que todo es muy difícil.

Repasando aquel día que estuvimos, no sin cierta vergüenza, veo que todo empezó con una hipoglucemia a las cuatro de la mañana (¡con lo agustito que estaba yo en brazos de Morfeo!). Intenté hacerme el despistado y me di media vuelta en la cama, cerrando los ojos. Pero la maldita, no dejaba de insistir y ya tenía empapado el pijama. Así que con el último resquicio de responsabilidad que quedaba vigilante, me levanté muy malhumorado y me deslicé hasta la cocina. Sin gran conciencia de lo que hacía y con una desagradable sensación de “bajonazo” (tú ya la conoces), comí y comí y me volví a la cama maldiciendo mi diabetes.

Sólo cuando, a la mañana siguiente el glucómetro me dio los buenos días con un espléndido “300” fui consciente de todo lo que había engullido para satisfacer mi visita nocturna. Justo en ese momento apareció el monstruo en forma de “¡… y además esto!”.

A partir de ese instante todo empezó a ir mal: me puse la insulina pero era el día en que tenía que hacerme daño el pinchazo, “yademás” con esas cifras no convenía excederse con el bizcocho que mi mujer había hecho el día anterior, “yademás” llovía (¡como para ir al trabajo andando!).

Por supuesto no sólo tuve otra hipoglucemia por haber corregido mal, sino que “yademás” había dejado los azucarillos en la otra chaqueta. Así que me vi obligado a entrar en el primer bar que encontré. Uno de esos en los que, en condiciones normales, no me hubiera atrevido a atravesar su puerta. “Yademás” la Coca Cola estaba caliente. ¿Te imaginas? ¡Una Coca Cola caliente!

Conforme los “yademases” se iban poniendo en fila, el día se iba ennegreciendo y la diabetes se iba haciendo más grande y fea. Más limitante.

Me senté en el autobús urbano, malhumorado, ceñudo. En ese estado lo fácil, pero contraproducente, es sacar el catálogo de renuncias a las que me veo obligado por la puñetera diabetes. Así que empecé a reunir todos los “yademases” diabéticos que se me iban ocurriendo. ¡No veas la cantidad que puedes juntar en media hora de trayecto a nada que le dediques un poco de empeño!

No era de extrañar que cuando me bajé del autobús me percibieras serio y sombrío. Sólo hizo falta un “¿qué te pasa?” para que soltara mi colección de “yademases” de corrido. Los del día y los globales tales como “la diabetes no me deja relajarme yademás tengo que renunciar a muchas cosas que me gustan yademás me resulta difícil de controlar yademás estoy harto yademás no se cura yademás…”.

Todos los “yademases” eran reales, me dijiste. Ciertamente la diabetes es un incordio. Verdaderamente es una enfermedad crónica. Es verdad que te obliga a renunciar a cosas, etc. Eso no te lo puedo rebatir pero, ¿no crees que reunirlos todos hace que parezcan mucho más insalvables? No es lo mismo ir sorteando las piedras “diabéticas” en el camino de la vida que reunirlas todas y apilaras delante de tus ojos.

¡Quítate esas gafas oscuras!, dijiste. No te pido que pienses en mi vida o en la de otros. No voy a argumentar que hay cosas peores. Ni se me ocurre decirte que no tienes razón. Sólo te sugiero que repases otros momentos de tu propia vida, otras formas de percibir la diabetes que ya has experimentado y que no son tan amargas.

La diabetes tiene la cara fea, pero eso no implica que sea un monstruo “devora felicidades”.

¡Guarda, pues, esas gafas tan negras y mírate la glucosa a ver si te has regulado de una vez!

2 comentarios en “Los «yademases»”

  1. «Yademás» eres un GENIO escribiendo y repasando los pensamientos perturbadores que a todos se nos pasan por la cabeza.
    Magnífico relato para reflexionar, entre las más de 100 decisiones diarias que debemos tomar, el quitarnos esas gafas oscuras y tantos «yademás» saboteadores que se nos cruzan .
    Gracias Iñaki!!!

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